martes, 21 de abril de 2009

Georges Bizet - Carmen - Habanera

L'amour est enfant de bohème, il n'a jamais, jamais connu des lois, si tu ne m'aimes pas, je t'aime, si je t'aime prends garde de toi... PRENDS GARDE DE TOI!!!!

lunes, 20 de abril de 2009

Le merveilleux monde de l'opéra


People’s reactions to opera the first time they see it is very dramatic;
they either love it or they hate it. If they love it, they will always love it.
If they don’t, they may learn to appreciate it, but
it will never become part of their soul.


Edward Lewis.







La primera ópera que vi era una “ópera bufa”. Andaba yo por 5º de Primaria, y la profesora de música (Doña P., aún la recuerdo) decidió llevar, a 30 energúmenos, con todos los riesgos que aquello suponía, a disfrutar de esa representación. Unos días antes había estado explicando qué era eso de la “ópera bufa”, con su sistema de fichas que aún conservo. Así pues, llenó un autobús y llegamos al pequeño teatro.
Creo que ella misma se sorprendió de que esas 30 personitas guardaran silencio durante la representación. Por lo menos a mí me dejó bastante impresionada.
Según Edward Lewis, soy una de esas personitas a las que le encantó, siendo una ópera cómica, con tres cantantes (una chica y dos chicos, uno de los cuales se pasaba más de media obra encerrado en un armario, hasta que lo liberaban), con un escenario bastante escueto y un argumento muy simple. Pero disfruté como una niña. Desde entonces y hasta ahora, he desarrollado una ferviente admiración por el teatro, el cine, la ópera y los musicales; en definitiva, la magia del directo.


He disfutado hace tres días de una ópera “de verdad”, Carmen, de Georges Bizet. Se me hizo corta; cada vez que llegaba un descanso no podía creer que ya hubiera pasado una hora. Siempre me pasa lo mismo: no quiero que caiga el telón nunca. De acuerdo con Edward Lewis, mi primera impresión fue tan positiva que soy de ese grupo de personas a las que siempre les gustará la ópera. Y demás artes escénicas. Sólo un fallo de la obra: la traducción simultánea iba por donde quería en más de una ocasión; aunque tampoco era tan grave; se sobreentendía.


jueves, 16 de abril de 2009

La línea número 9

Rara vez escribo dos cosas el mismo día. Pero es que sólo a mí me podía pasar algo parecido.

He tenido la feliz idea de coger un autobús de la línea 9 para ir a clase a la una del mediodía (obvio, no va a ser de la madrugada) y he tenido la aún más feliz idea de intentar llegar en él hasta la facultad. ¿Por qué, por qué no me bajé en el hospital y fui andando?
Como era de esperar (no escarmiento) a esa hora se iba llenado de estudiantes afortunados que terminaban las clases y volvían a donde tuvieran que volver. Así que cuando ha llegado a la facultad, que es la última parada, el autobús estaba completamente lleno.
Le dí al stop con tiempo. Me levanté y fui a la puerta trasera (no se debe salir por la delantera, aunque estés más cerca y sea imposible abrirse paso, pero la próxima vez haré lo que me dé la gana digan lo que digan). Se ve que el conductor y/o/u autobusero tenía prisa, o no se ha dado cuenta de que una personita quería bajar (vale, soy bajita) y no la ha visto, pero cuando casi rozaba la salida ha cerrado las puertas y ha puesto el autobús en marcha, así que me he quedado dentro, a pesar de gritar un ¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!! total, completamente de película.
Con cara de cabreo (iba a llegar, y he llegado, tarde a clase), pensé que me bajaría en la siguiente parada (l'arrête la plus proche) y volvería andando, que no está tan lejos, vamos, que está casi al lado. Supongo que no se tomó en serio (el autobusero, digo) que alguien le diera al stop para esa parada. Lo curioso es que ha parado, pero no abría la puerta de las narices. Llena de ira, grité ¡¡¡¡ABRA ATRÁS!!!! para ver si se daba por aludido. Se ha dado por aludido. Me ha abierto, un poco más allá de la parada, porque casi había vuelto a poner en marcha el autobús. Cuando he gritado, varias personas me han mirado. ¿De qué se sorprenden? ¿De la estupidez que me ha pasado o del grito que he pegado?
Al final me bajé. Di la vuelta. Llegué tarde. Lo mío con los autobuseros no es normal, ya tuve porblemas con la línea 8. Si antes odiaba la línea 9, ahora aún más. No creo que vuelva a cogerlo a esa hora, y si tengo que hacerlo, por causa mayor, me bajaré en el hospital. No volveré a ser perezosa. En el de san Fernando, a todas partes.

De prácticas (4ª parte)

"Ella es tan médico como yo".





Es mi último día de prácticas de Psiquiatría. Mi psiquiatra es genial; me explica, sobre todo, psicofarmacología (que falta me hacía). Vamos entrevistando pacientes.



Entra uno de ellos. Está nervioso, muy nervioso. "¿Tengo que hablar delante de los dos?", pregunta. Estoy a punto de hablar y preguntarle al psiquiatra si quiere que salga. Pero antes de que pueda tomar aire, replica: Claro, ella es la compañera que está hoy con nosotros. Me alegro. Él es uno de los pocos que te pregunta nada más entrar tu nombre, y luego no se le olvida en toda la mañana (para mí, presentarse es algo muy importante; que no te pregunten ni el nombre es algo que no me gusta). El paciente empieza a hablar, no me mira. Mi psiquiatra añade: "Tranquilo; ella es tan médico como yo". Y me sentí médico, de verdad. Mientras algunos te echan sin reparos (véase "De prácticas, 3ª parte), otros te tratan como su colega.



Y mientras el paciente sigue hablando, llega un momento en que se interrumpe y me mira: "Ella no me da miedo". Me siento bien, me siento psiquiatra.

martes, 14 de abril de 2009

¡"Jo", qué noche!


Me acosté relativamente pronto, teniendo en cuenta que nada más llegar, cené, deshice la maleta, lo coloqué todo, fregué el suelo con una mopa más apañá que una jarrilla de plástico, me duché y me sequé el pelo. Y aún así, a las doce y poco estaba en mi camita calentita. Y no pude dormir.

Primero eran vocecitas. Luego, un grito oportuno de alguna oportuna que me espabilaba justo en ese momento en que el sueño está a punto de atraparte. Así que, burlón, se reía de mí, se alejaba, y me dejaba despierta.

Se transformaron en gritos, risotadas, sonidos guturales y demás que no me dejaban dormir. Miré el reloj: era la una, había pasado una hora, y no paraban.

Una hora después, a las dos de la mañana, la habitación que está casi enfrente de la mía continuaba siendo un alegre guirigay. Ya había perdido los nervios, porque era incapaz de rendirme al sueño; y lo tenía, vaya si lo tenía. Así que me levanté al baño, tiré de la cisterna para hacer saber que yo estaba dentro de la habitación, arrastré una silla por el suelo y conecté el torrador, para ver si así se neutralizaba el ruido. Ni flowers. Por aludidas no se dieron y para neutralizar el griterío hubiera necesitado el sonido de diez cañonazos.

Tendrían muchas cosas que contarse. Supongo. Una semana de vacaciones da para muchas estupideces. Pero seguro que podrían esperar al día siguiente, y el mundo no se hubiera acabado por eso.

A las dos y media pararon. Lo sé porque en vez de andar delicadamente, clavan los talones en el suelo y arrastran los pies con las zapatillas. Así que supe perfectamente cuándo abandonaron la habitación-club nocturno de cháchara. El sueño me atrapó definitivamente a las 3 de la mañana, mi despertador sonó a las 6.30. No hay que ser Newton para darse cuenta de que he dormido tres horas y media, y mal dormidas. A clase entré a las ocho y he salido a las tres.

Juro que pensé que ellas no tendrían clase a las 8. Pero se han levantado a la misma hora que yo. Y han ido a clase a las ocho. ¿De qué me quejo? Han dormido lo mismo que yo. Quiero saber qué se meten en el cuerpo para resistir. Que me pasen un poco, que lo necesito. Sé, por otras fuentes, que han vuelto a las 11, y se han echado a dormir hasta la hora de comer. Olé.


Otra noche más como esta y, como dirían en Airbag, van a haber hondonadas de hostias. Y luego dicen de las duchas.



P.D.: El título de la entrada es un pequeño homenaje a la película Jo, qué noche (After hours) de Martin Scorsese. Aunque confieso que el protagonista lo pasaba aún peor que yo.