miércoles, 27 de febrero de 2008

¿Cuánto duerme un Lunni?

Soy una persona muy sensible al sueño. Con esto quiero decir que soy capaz de dormir en cualquier sitio, en cualquier situación, a cualquier hora y de cualquier manera. Incluso en clase. Hace mucho tiempo me dí cuenta de que soy una personita nocturna: me espabilo, me cunde el tiempo, estudio mucho mejor por la noche. Y como ahora tengo otro parcial (que no eliminaré, con un 90% de probabilidad) me dedico al estudio nocturno. El problema viene al tener que levantarse a las 6.30 de la mañana para entrar a clase a las ocho menos cuarto (tiene narices la hora). Porque servidora es muy formal y considera que ir a clase es importante, aunque te lean la presentación power point como si fueras idiota (a lo mejor lo soy, pero vamos, hasta el momento, sé leer yo solita), así que me levanto como puedo y voy a que me lean (no a que me expliquen, nótese la diferencia). Luego en clase me entra un sueño... siempre dudaré si los profesores lo notan o no, y en caso afirmativo, siempre me preguntaré qué piensan de mí...
Tengo envidia de los Lunnis. Son feos y horrorosos, y el amarillo me da miedo, pero cuando pienso en todo lo que duermen... Te mandan a dormir a las ocho de la tarde, y se levantan a la hora de comer para pasarte unos dibujos... Unas dieciséis horas, si se levantan a las doce del mediodía; unas once horas si se levantan a las siete de la mañana. Yo duermo unas cinco horas, de un tiempo a esta parte, por culpa del estudio nocturno, luego pasa lo que pasa.
Me gustaría ser un Lunni, al menos, durante dos meses. Eso sí, que no sea el amarillo. Es raroraroraro... aunque duerme muchísimo.

miércoles, 20 de febrero de 2008

De (décimas) rebajas

La verdad, debería haber escrito esto el fin de semana pasado... Que conste, antes de continuar, que estoy en contra de ir dos días a clase tras los exámenes (un descansito, ¿no?), así que, para resarcirme, me fui de rebajas. No, perdón, me fui a ver la nueva temporada primavera-verano hecha para palos que nunca entenderé por qué narices la sacan ahora si todavía hace frío y tirito cuando veo camisetitas de tirantes tamaño pinypon cuando se supone que las rebajas llegan hasta marzo y lo voy a dejar porque noto la ira circulando por el interior de mis vasos sanguíneos y como no la pueda controlar voy a acabar tirando a Toshi por la ventana sin que tenga realmente la culpa y luego me sentiré culpable y no tendré otro así que mejor dejo el temita de las rebajitas...
Al final conseguí unos vaqueros que no quería por mucho más de lo que hubiera querido y acabé, por puro y duro consumismo, con tres pijamas (moníiiiiiiiiiiiiiiiiisimos, eso sí, lástima que sólo los vea yo) y unos cascos para el mp3 que no sé para qué me los compré, pero bueno, ahora eso da igual, porque ya están conmigo.
En fin, ahora a por el segundo cuatrimestre... Por cierto, una duda existencial de ésas que no me dejan dormir por las noches: ¿alguien sabe distinguir el aceite del vinagre? Porque la inutilidad de algunas personas es tal, que teniéndose por mucho, acaban por demostrar que son muy poco, o no son nada. Todo apariencia.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Surrealista

Érase una vez (o érase que se era) una joven estudiante de medicina que se levanta a las ocho de la mañana el último día de exámenes de febrero. Víctima de una taquicardia, consigue ponerse en pie, se concede unos minutos para ser humana, guarda algunos apuntes en una mochila (por eso del "último repaso") y se marcha caminito de la parada de autobús (l'ârrete la plus proche) pensando que carece de posibilidades. Va a ser torturada con dos exámenes seguidos: uno de diez a doce horas de la mañana y otro de doce a dos de la mañana-tarde. Le preocupa, desde que supo esa fatídica tortura, no tener tiempo a salir de uno y meterse en otro. En fin. La joven, que ha sido incapaz de ocultar la sombra púrpura de las ojeras bajo capas y capas de maquillaje, se sube al autobús pensando, primero, que tiene muy mala cara y, segundo, que ha gastado más energía en preparar el primero que el segundo y que seguramente ha de pifiarla en alguno de ellos. Piensa que sería mejor pifiarla en el segundo. Saca algunos apuntes de respiratorio en el autobús, se pregunta: "¿para qué?" y los vuelve a guardar. Llega al edificio donde será sometida al primer examen y se encuentra a una compañera, valiente como ella, con la que intenta compartir agobio y dudas: "¿entrar o no entrar al examen?" Llega otra compañera, "entramos, ya que hemos venido, entramos". Y se acabó. La historia la escriben los valientes.
Y entran, en total, seis o siete compañeros valientes, incluyendo a la joven estudiante. Y escriben lo que saben, recuerdan, relacionan o inventan. Y el profesor (que acabará haciendo honor a su apellido, aunque ellos aún no lo saben) anuncia que si esperan a la salida, en diez minutos les dará las notas. Esperan, nerviosos. La joven estudiante se desahoga con la compañera que dijo decididamente "entramos", que intenta calmarla, porque está muy nerviosa y algo mareada, y la sienta en un banco. Se calma. Terminan los compañeros.
Se abre la puerta de la clase y aparece un profesor y dice: "Lo habéis hecho todos muy bien". ¿Cómo se llama la escena? "Habéis aprobado todos".
La joven estudiante no se lo puede creer: no la ha pifiado cuando estaba casi segura de que lo haría y ha cerrado el primer ciclo de su carrera. Entonces sufre un ataque de euforia y empieza a abrazar a todos sus compañeros, casi llorando, mientras grita: "Me alegro mucho por vosotros también, enhorabuena a todos". Los compañeros la miran encerrando en sus ojos un doble pensamiento: "qué chica tan rara-está totalmente ida y atacada de los nervios". La joven estudiante llama a casa e informa de la estupenda noticia; sus compañeras la llevan a la cafetería y desayunan.
Ahora las cosas han cambiado para la joven estudiante. Está en su nube y nada ni nadie puede hacerla bajar. Le da igual el siguiente examen, pero se dice a sí misma que hay que hacerlo lo mejor posible. Y se va, puntual, al edificio donde se va a ver sometida al segundo examen, montada en una nube que la empuja suavemente y la conduce como si en la alfombra voladora de Aladdin se hubiera subido.
Espera, hablando con los compañeros, a los profesores, que se retrasan. 5 minutos. 10 minutos. 15 minutos. Cabreo general. Etapa surrealista: "nos vamos", anuncia una voz determinante. "Firmaremos una hoja con nuestros nombres, iremos al vicedecano explicando que los profesores nos han olvidado y nos iremos". Con decisión. Y exigiendo un aprobado general.
La idea seduce a la joven estudiante. Sus compañeros están decididos y tras firmar todos, al vicedecano van.
Etapa súper-surrealista: el vicedecano llama a los profesores responsables, que alegan no haber sido avisados de que había examen y proponen (ya son la una y cuarto de la tarde, y llevan una hora y cuarto esperando) a los airados estudiantes examinarse a las dos de la tarde. Parecía haberse formado una resistencia, pero aceptan. Mientras esperan, la joven estudiante y sus compañeros médicos en potencia combaten la hipoglucemia con cocacolas, barritas de chocolate y galletas.
A las dos aparece un profesor responsable de la asignatura y la joven estudiante et al plantan cara y exigen una satisfacción, como si de un duelo se tratase. El profesor está un poquito cabreado y al final, tras una leve, tensa situación, la joven estudiante et al ceden y hacen el examen.
Fin de la tortura. La joven, inocente estudiante no había visto nunca nada igual. Que se olviden de uno mismo es doloroso, que lo hagan los profesores conduce a pensar que no eres nada.
Pero ya ha acabado, y está feliz. Porque ya ha superado lo que se había propuesto superar. Y por la tarde le da por limpiar la habitación con pino radiactivo (siempre lo hace, posiblemente para liberar estrés pasando el mocho, ha dejado la habitación como los chorros del oro) y se va al cine con una amiga. Tras ser avergonzada jugando al billar (la joven estudiante es tremendamente patosa e inútil en cualquier tipo de juego y/o/u deporte) se relaja traspasando la pantalla y dejándose llevar por la peli. Una de esas pelis de no pensar y reír (por lo menos a ella le hace mucha gracia): Mortadelo y Filemón: misión salvar la Tierra.
Vaya día más raro y más completito; en esta carrera me va a pasar de todo, es el último pensamiento de la joven estudiante, mientras escribe este post...
y me voy a dormir ahora mismo, esperando soñar con cosas bonitas y un tío bueno (o más de uno, si es posible, o con el Ángel de la Música, que no es otro que el Fantasma de la Ópera, con una de esas camisas blancas, que eso sí que será soñar con cosas bonitas...)

viernes, 8 de febrero de 2008

¿Alegría? Sí, soy yo

Sólo me ha pasado en otra ocasión. Cuando estaba en primero de medicina. Me había costado tanto trabajo aprobarla, que cuando vi mi nota en internet me eché a llorar, sin poder parar, sin poder evitarlo, delante de dos amigas en la residencia. Era por Bioestadística. Ahora me ha pasado otra vez, con patología quirúrgica general. Me han avisado por sms y me he puesto a llorar. Pero no es malo, al contrario... es una sensación maravillosa, llorar de alegría... es lo mejor que me ha pasado hoy. Todavía no puedo parar. Y no puedo dejar este post sin agradecer al compañero que me dejó unos apuntes maravillosos que me han ayudado muchísimo, a la biblioteca pública que me obligaba a concentrarme, y al del tambor del carnaval... por hacer que fuera un poco más... llevadero. ¡Lo conseguí! Me voy a secar las lágrimas... me ha costado tanto... ¡Ah!, y gracias a Ajo por decirme en un sms (que aún guardo) tras pediatría que soy más fuerte de lo que pienso... Vas a tener razón (como siempre); sueles tenerla. Creo que nadie se ve a sí mismo como realmente es, a veces necesitas que alguien te dé una visión desde fuera.
¡Gracias!

viernes, 1 de febrero de 2008

Ruidosos

Lo respeto. No lo comparto, pero lo respeto. El Carnaval es una fiesta a la que nunca he encontrado sentido: ni me divierte disfrazarme (ya voy todos los días así) ni comprendo esa pasión desmedida de los hombres por vestirse de mujeres, deben tener un lado femenino muy marcado, aunque diariamente no se les vea, ni me hacen gracia los desfiles, nada. Creo que es culpa de mis padres, que desde pequeña, ni a mi hermano ni a mí nos dejaban disfrazarnos para ese día en la escuela en que todos los niños se visten de mascarita. A ellos les parecía ridículo y, en esto, como todo, de mayor acabas haciendo a lo que te acostumbran de chico, así que no me gustan. Pero lo respeto; puede que sea tiempo de olvidar males y salir a la calle con la imagen del alter ego que todo ser humano posee y cantar y tocar los tambores.
Lo malo es que, cuando cae en febrero, ahora, yo, señorita universitaria, sufro con exámenes, y eso debería tenerse en cuenta. ¿No se podría establecer fecha fija en marzo y en paz, asunto resuelto? NO. Me lo han explicado mil veces, eso de cómo se fechan los carnavales, pero ninguna de esas mil veces me he enterado. No prestaba atención cuando me lo decían. En fin, que me examino el lunes, que me he ido a la biblioteca (un día te haré una oda, biblioteca de mi corazón que me das paz espiritual) para centrarme más... Todo iba bien hasta que se han puesto a tocar los tambores, se supone que en la calle de la biblio, pero parecía que estaban dentro de la biblio; me he paseado, he bajado a la planta baja... Nada/se oía por todas partes/ese ruido insoportable/por Dios qué mala leche se me ponía/cada vez más/quería salir a la calle y mandarlos a/lejos, muy lejos/donde nadie les oyera/ cómo molestaaaaaaaaaaaaaaan
Pero no puedo competir contra los carnavaleros, porque yo soy una sosa amargada por los exámenes. Y la culpa es mía por haberme ido a la biblioteca... ¡Ah, no! Si da igual, se les oye en todo el pueblo, los oigo hasta en la residencia.