jueves, 29 de mayo de 2008

Diciclotímica total

Dado que la RAE no recoge dicho palabro, daré por hecho que es un neologismo de creación propia que empleaste para describirme en un momento de ira, rabia y tensión que ahora hago mío y empleo a mi antojo para describir mi (voluble) estado de ánimo. Entendamos, pues, por diciclotímica, aquella personita que pasa de un estado anímico a otro, sin motivo aparente y por sorpresa, volviendo locos/as a todos/as aquellos/as que la rodean.
Diciclotímica perdida estoy. Desde ayer. Aun a riesgo de cometer el mismo error dos veces, voy a hacerlo. Voy a despedirme de ti a través del blog. Y a explicar que mi estado se debe a la alegría que me da que hayas terminado, y a la tristeza que me da que te hayas ido. Que te lo mereces, sin duda, porque te lo has ganado, pero que, siendo egoísta, me entristece, porque me quedo aquí, sin tenerte cerca, sin nuestras voces y cantos, sin nuestras chorradas. Aunque sé que siempre estarás cerca de mí, no obstante. Ya sabes que te voy a echar mucho de menos. Espero que te des por aludida.
Ésa es la primera parte de mi estado. Lo segundo viene porque ayer era pseudofeliz como un regaliz y ahora me siento idiota verdadera; no pseudoidiota, no, me siento imbécil perdida. De los productores de "La idiota que nunca elimina" hoy presentamos "La idiota", a secas, que es más general y hace referencia a su persona completa. No se puede ser más tonta que yo, ni cometer tal error.
Aunque ahora que lo pienso, debería describir mi estado como triciclotímica. Y es que no tengo dos estados (alegre-triste), es que tengo tres: alegre, triste y cafeínica. Porque tanto en exámenes (que ya hemos empezado con mal pie) como en mi estado habitual de idiotez necesito una mínima dosis de cafeína para espabilarme un poco. Lo malo es que cuando me paso, y hago burradas y mezclas explosivas que ya quisieran para sí muchos barmans alcanzo un estado de nerviosismo y tontería sobrehumana. Me pongo de tal forma que de ese estado no puede salir nada bueno. Luego pasa lo que pasa.
En fin. Alegre pero triste. Cansada pero con mucho trabajo que hacer. Con ánimo pero con miedo. Cafeínica pero con sueño. Queriendo ir a casa pero sin ganas de meter en la maleta tochos infumables (el Pera, por ejemplo, entre otros muuuuuuuuuuuuchos). Sin querer perder el tiempo pero perdiéndolo constantemente, y sin hacer nada por evitarlo. Diciclotímica. Triciclotímica.

lunes, 12 de mayo de 2008

Belle, del musical Notre Dame de Paris

Garou es el cantante que da vida a Quasimodo, ¡me encanta! Es súper tierno.
A disfrutarla.

martes, 6 de mayo de 2008

El síndrome japo

Lo necesitaba. Por fin me he librado de todo. Lo necesitaba. Falta me hacía. Lo necesitaba. Nunca más volveré a hacerlo, lo prometo. En cuanto sienta que lo necesite, hablaré. Gracias. Eres mi mejor psicóloga, y ahora que sé que entiendes qué es un blog (aunque no sé si lo leerás, a pesar de que entras en el mundo de la high-technology poco a poco y cada vez más) me dirijo a ti, para que sepas que es a ti, si lo llegas a leer. Y felicidades (te llegaron por adelantado, no te quejes).
Llevo todo el puente dándoos la barrila con dos cosas: mis libros del vampirito, como han quedado rebautizados entre nosotros los libros de Stephenie Meyer; gracias, Reyes Magos, por el mejor de los regalos) y con la cámara de fotos. Por si no tuvisteis suficiente en la graduación, espero que hayáis quedado contentos con la que dí el día de la madre. Porque lo padezco, lo sé.
El término "el síndrome japo" fue acuñado hace unos años, por mi genialidad y originalidad, aunque poco después fue copiado descaradamente por mi hermano sin pagar derechos de autor y para emplearlo refiriéndose a mí.
Siempre me ha gustado hacer fotos. Y he hecho pósters maravillosos con fotos, a mi parecer (y al de mi padre, aunque dudosamente objetivo), eran preciosas. Y las he hecho con la cámara del año de la polca, con su carrete, allá donde he ido (Toledo, divertidísima excursión y preciosa ciudad; la acampada, que no salió; el teatro griego en Segóbriga, no sé si lo he escrito correctamente, y mi foto con el actor principal de la comedia; con mi prima en Viso del Marqués, paradisíaco lugar, al menos para nosotras, viajeras con bajo presupuesto y la piscina del Valle y la niña rara de la misma, nunca sabremos si nos perseguía o no; en Barcelona, y esa subida al Dragon Kahn que casi me paraliza el corazón y tras la cual me tiré al suelo, porque no podía creer que hubiera sobrevivido...). En fin, cada foto me reactiva los recuerdos y sé perfectamente la historia que va ligada a ella.
A ti no te gustan las fotos. Te da pena verlas. Si son pasadas, te ves más joven, y a nosotros como tus niños, y te pones triste. No lo hagas; siempre seremos tus niños. Las más recientes, como las de este puente y precedentes, ya con la nueva cámara digital, tampoco te gustan. Las comparas con las pasadas y ahora te ves mayor. Qué tontería. Con lo fotogénica que eres cuando las admites y posas como debe ser. No entiendes mi pasión por fotografiarlo todo.
He leído, en la ida y venida en el tren, Los amores difíciles, de Italo Calvino. Mucho, mucho, la verdad, no me ha gustado; pero como una vez que empiezo algo debo acabarlo, y como no puedo vivir sin saber los finales, lo terminé. Enterito. El libro está formado por varios relatos sobre lo difíciles que resultan las relaciones hombre-mujer, y cómo, pudiendo enamorarse en unas condiciones que lo propician, no lo hacen. En uno de esos relatos, "La aventura de un fotógrafo", he encontrado una opinión que me ha llamado la atención. Es ésta:
"Porque una vez que has empezado - predicaba- no hay razón alguna para detenerse. El paso entre la realidad que ha de ser fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece bella porque ha sido fotografiada, es brevísimo. [...] Basta empezar a decir de algo: "¡Ah, qué bonito, habría que fotografiarlo!" y ya estás en el terreno de quien piensa que todo lo que no se fotografía se pierde, es como si no hubiera existido, y por lo tanto para vivir verdaderamente hay que fotografiar todo lo que se pueda, y para fotografiarlo todo es preciso o bien vivir de la manera más fotografiable posible, o bien considerar fotografiable cada momento de la propia vida. La primera vía lleva a la estupidez, la segunda a la locura."
Ahí queda eso. En mi afán por fotografiarlo todo, yo, que sufro el síndrome japo... ¿voy a acabar de alguna de las dos maneras? Y si pienso que mi vida es cine, como hacía José Carlos Somoza en La ventana pintada, y considero que mi vida es cine porque puedo narrarla, y al narrarla cualquier persona que la oiga puede visualizarla como si de una película se tratara; ¿hacia dónde me dirijo? ¿A la estupidez o a la locura?