viernes, 26 de septiembre de 2008

Automatrícula

Cuando tenía 14 años, me fui a Port Aventura, con mi prima, mi hermano y mis tíos. Mi tío tiene pánico a una simple noria de feria, y se ofreció como voluntario para guardar mochilas y demás enseres mientras los demás nos paséabamos de atracción en atracción por todo el parque. Mi tía, mi prima y mi hermano carecen de ese pánico a las alturas y a los giros, y me arrastraron literalmente hasta la famosa montaña rusa llamada Dragon Kahn, cuyo nombre (que ni siquiera sé si está bien escrito) ya impone. Desde pequeñita he tenido dos cosas: un corazoncito frágil y un instinto de supervivencia muy desarrollado, y, en aquel momento, ambas cosas me gritaron que no debía subir a aquella montaña rusa. Después de esperar en la cola casi una hora, llegó el momento en que nos tocaría subir a los cuatro, y mi instinto de supervivencia me hizo dar media vuelta con la clara intención de abandonar la cola y dejar las emociones fuertes para otros. Pero mi tía me sujetó por un brazo y me dijo:"¿Adónde vas?", a lo que mi instinto de supervivencia respondió con seguridad: "No voy a montar en ese chisme mortal". Mi tía se empezó a reír: "Venga ya, después de la cola que hemos soportado. Además, ÉSTA ES UNA EXPERIENCIA QUE TIENES QUE VIVIR, AL MENOS, UNA VEZ EN LA VIDA".
Y la viví, ya lo creo que la viví. Aún no encuentro explicación sobre cómo mi frágil coranzoncito superó aquella experiencia vital, aunque desde aquel día, cuando leo libros de terror o similares, comprendo a la perfección las expresiones "enmudeció, presa del pánico" y "se quedó lívida, presa del pánico". Jamás me he vuelto a reír de mi tío y de su incapacidad de subirse a una noria, al contrario, valoro su instinto de supervivencia, que es muy superior al mío. Cuando aquel trasto infernal se detuvo, y mis pies pisaron suelo firme, me tiré al mismo, empecé a gritar y lo besé. Mi prima y hermano se dieron otra vuelta en la montañita, a lo largo del día, pero yo no quise repetir; ya había vivido la experiencia una vez y no me han quedado ganas de repetirla.
Desde entonces hasta ahora (y ha pasado mucho tiempo) mi tía (y no sólo ella) me ha repetido esa frase en otras ocasiones. Y hace poco la pensé yo misma, cuando me enteré (yo nunca me entero de nada, y cuando me entero, generalmente, ya suele ser tarde para todo y para cualquier cosa) de que este año la matrícula en la facultad era realmente una automatrícula.
Los chismes electrónicos y nuevas tecnologías me odian, como ya dejé demostrado en anteriores posts, y mi hermano me ha prohibido acercarme a su ordenador salvo causa justificada, así que, cuando me fui a hacerla, fui concienciándome por el camino de que me saldría mal, mi ordenador se rompería, me cogería las asignaturas que no fueran y quedaría como una completa idiota (aunque ya he quedado así en varias ocasiones).
Afortunadamente, en el tren, coincidí con un amigo (curioso, sin saber que iba, elegí el mismo vagón; azar puro y duro) y se me pasó un poco la tontería. Como este año sería la novedad, seguro que nadie sabía tampoco automatricularse y yo no parecería tan tonta.
Cuando llegué por fin a la sala, el señor automatriculador (nombre inventado por mí misma, patente en curso) nos dijo que en el escritorio del ordenador había un icono que ponía "Automatrícula", que le diéramos y ya salía solo. Cierto es, salía solo, y afortunadamente me sé mi pinweb y demás datos de nombre extrañísimo de memoria, de tanto usarlos, supongo, pero cierto es, también, que tuve que recurrir al automatriculador varias veces, que no encontré las asignaturas de las que debía matricularme hasta que el automatriculador me las puso en pantalla, que estuve a punto de meter la pata en una ocasión cuando el automatriculador ya había dado las instrucciones (y juro y perjuro que estuve atenta a las mismas), y afortunadamente, creo que todo salió bien y que estoy automatriculada.
Ahora puedo permitirme dármelas de chula y decir que no fue taaaaaaaaaan difícil. Y que el año que viene sabré hacerlo yo solita. Pero mejor me callo. La automatrícula era una experiencia que tenía que vivir, y no será sólo una vez en la vida. Ah, y que este año el curso empiece antes que cualquier otro año también es una experiencia que tenía que vivir. Y las que me queden, al menos una vez en la vida.