jueves, 21 de mayo de 2009

Suerte... y hasta siempre

He tenido un flash-back. A las nueve y media de esta mañana, más o menos. Estaba en clase con el Dr. S y, de pronto, como en las películas, me he vuelto a ver en primero, cuando, en su primera clase, intentaba copiar a toda velocidad las tablas que colocaba en el proyector. Era inútil. No me daba tiempo. En primero andaba yo obsesionada por coger todo, absolutamente todo lo que cada profesor explicaba en sus clases. Hasta que me dí cuenta de que dejaba los apuntes de sus tablas.


Este profesor me acompañó en primero, en segundo, en tercero y me ha dejado hoy en quinto. Hoy ha sido su última clase para y con nosotros. No he copiado como una loca, ya sé que deja sus tablas (harán historia y tendrán fama esas tablas entre nosotros todos sus estudiantes). Y cuando ha acabado se ha despedido de nosotros con un discurso, creo, premeditado.



Lo que más me ha gustado de todo (ha citado a Unamuno) ha sido el final: nos desea lo mejor, nos desea felicidad en nuestra vida profesional (cabeza y corazón) y en nuestra vida personal y afectiva, y nos desea, sobre todo, lo fundamental para conseguir todo lo anterior, y si no fundamental, al menos, sí muy importante: SUERTE.


Sé que no tengo lágrimas en los ojos, pero llevo llorando desde las diez de esta mañana, cuando, después de toda la carrera con él ha salido por la puerta diciendo : “Suerte, y hasta siempre”. Muchas gracias, Dr. S.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Under pressure

Esta noche me ha costado dormirme. ¿Y sabes de lo que me he acordado hasta que he cogido el sueño? De mi primer examen de Historia. ¿Tú te acuerdas?

Andaba yo por 2º de la ESO y era el primer año que tenía Historia en el instituto, porque en 1º se daba Geografía. Ésa la odiaba un poco menos; con Historia sí que no podía, no era capaz. El profesor, Don M., ya daba mala espina y me odió desde el principio. Recuerdo su costumbre de obligarnos a escribir los ejercicios “los enunciados en azul y las respuestas en rojo, a bolígrafo”. Sí, en rojo. Y recuerdo perfectamente cómo quedé traumatizada por la fecha de la caída del Imperio Romano, la única que recuerdo después de haber tenido Historia en 3º de la ESO y 2º de Bachillerato. El Imperio Romano cayó el 476 d. C., por si tú no caes ahora.

En el primer examen de Historia de Don M. entraban dos temas (ahora me río yo de aquel examen), que eran Egipto y Mesopotamia (o Mesopotamia y Egipto, que no recuerdo ahora cuál fue primero en el tiempo). Aquella tarde, papá y mi hermano se habían ido al Jani a ver un partido de fútbol, un Madrid-Barça, para ser exactos. Él no tenía ningún examen, qué afortunado. Volverían tarde.
A la hora de la cena, sobre las nueve de la noche o algo así, tiré el libro al suelo, y dando alaridos, expresé la presión que sentía en ese momento: “¡No puedo! ¡No soy capaz! ¡No se me queda en la cabeza, no me acuerdo de nada, no soy capaz de contestar nada!” Tú recogiste el libro del suelo. Era de la editorial Editex, creo recordar; bien feo, en definitiva. Incitaba a todo (a romperlo, a quemarlo) menos a estudiarlo. Me miraste en silencio. No sé si no dabas crédito a que hubiera tirado el libro o que pensabas que era idiota o que no entendías del todo a santo de qué venía esa pataleta a esas alturas de mi vida. El caso es que no te enfadaste (siempre envidiaré tu paciencia) sino que cogiste unos folios y me dijiste: “Voy a enseñarte a estudiar. Y a fijar las cosas. Yo estudiaba por esquemas”. Cogiste el boli rojo de mi estuche (sí, el rojo) e hiciste un esquema del primer tema. A mí se me hacía poco, porque en el libro ponía mucho más, pero me dijiste que el esquema resumía lo más importante y que el relleno me vendría solo a la memoria, sin problema. Hice yo el esquema del segundo tema, y luego, calmada, me puse a estudiarlos. Me dieron las once de la noche estudiando. En 2º de la ESO esa hora era para mí muuuuuuuuuuy tarde. Papá y mi hermano no habían vuelto, y te pedí por favor que no le dijeras nada a papá. Me mandaste a dormir y me deseaste suerte para el día siguiente.

Hice el examen muy feliz, porque sabía contestar a todo. Don M., cuando dijo las notas de toda la clase (jamás nos enseñó ningún examen) y llegó a mí, clavándome los ojos desde detrás de sus gafas, me dijo: “Bien”. Me dí por contenta, pero mi compañero de mesa, Y. (ése que siempre decía que teníamos un partido de tenis pendiente, ¿a que sabes quién es?) me aclaró: “No pienses que es un bien de 6, es un 10 lo que tienes. Pero nunca te lo va a decir”. Le sonreí, no sabía qué decirle.
En el último examen de Historia de aquel año, como yo siempre llego a junio agotada (como tantos otros), Don M. me miró y me dijo: “Este último ha sido decepcionante” (me dio un vuelco el corazón, me quedé más pálida de lo que soy normalmente y pensé que había suspendido). “Un nueve”. ¿Te acuerdas de lo que nos reímos cuando te lo conté? Un nueve le parecía poca cosa. En fin. Don M., genio y figura hasta la sepultura, qué puedo decir. Pero gracias a eso, desde entonces y hasta ahora, los esquemas me funcionan, y con frecuencia, los hago con boli rojo.

Tenía yo un CD de Queen que compré por 995 pesetas de uno de esos cajones de ofertas que ponen los hipermercados a veces. Luego lo perdí. Más tardé lo encontré. Venía en ese CD el tema Under Pressure, que para mí reflejaba el estudiar bajo presión el día antes del examen con el fin de aprobar a toda costa. Lo llevaba todo al día (quizá no en Historia), pero repasarlo todo me suponía un esfuerzo tremendo. Casi nunca recordaba los primeros temas. Aquella vez las once de la noche me pareció muy tarde. En 3º, 4º de la ESO y cursos posteriores me dieron horas más tardías. Me dieron las 3, las 4, las 5 y las 6 de la mañana, y un día, con un examen de Historia (pero ya no de Don M.) no dormí, fui a clase zombi, solté lo que sabía, aprobé con un 9,75 y me volví a casa a vegetar. Me dijiste: “Hala, ya has visto amanecer estudiando. Yo también lo vi varias veces. Y esta ha sido la primera, pero no la última vez que te pillará el toro y verás amanecer delante de un libro”.

Me conoces como si me hubieras parido, mamá. Estuve under pressure muchas veces, y todas esas veces, tú estabas por ahí. Me bajaba a estudiar a la cocina (siempre he estado muy cómoda ahí) y tú te quedabas en la sala, al lado. A veces te dormías en el sillón, sobre todo cuando sobrepasaba las 3 de la madrugada. A veces resistías porque te enganchabas a alguna película (mi cinefilia viene de ti). Pero siempre, siempre, estabas ahí. Siempre sentía tu apoyo. Venías a verme de vez en cuando, me recomendabas echarme agua fría en la cara para espabilarme (no sirve para nada, te he pillado, pero yo metía hasta la cabeza debajo del grifo pensando que era cierto y me espabilaba; sin duda, todo está en la cabeza), me decías “¡Venga, dos temas más en la próxima media hora! Si ya te lo sabes, pesada, sólo estás repasando”. Era lo que era gracias a ti. Otras veces irrumpía yo en la sala y te rogaba que me preguntaras algo, lo que fuera; cogías el libro, me preguntabas, me escuchabas, me corregías y asentías cuando todo iba bien dicho. Sentía apoyo.

Pensé que había perdido esas pequeñas cosas que tanto me ayudaban al venirme aquí. Pero todavía se te ocurre, de vez en cuando, llamarme en febrero a las dos de la mañana, hablando muy bajito por el móvil porque todos duermen, para preguntarme qué tal va Quirúrgica, si queda mucho, si va bien, que sepa que tú estás por ahí, viendo por enésima vez Gladiator, y yo te digo que estoy acabando, que me queda como mucho media hora; y vuelves a llamar media hora más tarde y me dices que así se hace, que muy bien, que duerma, que siga al día siguiente; o a veces llamas a las doce, o doce y media, y me pides que lo deje, que vaya a dormir ya, que mañana no voy a ser capaz de levantarme para entrar a clase a las ocho, que el día ya ha dado de sí todo lo que tenía que dar y que, como decía Escarlata, mañana será otro día. Y haces que me ponga a recordar cosas como este examen de Historia, tiempo ha, en noches de insomnio como la de ayer.

Ahora mismo termino de escribir esto y me pongo a estudiar un rato. Te lo garantizo. Gracias por estar ahí, sin más. Que hoy día eso se va perdiendo. No necesito muestras de devoción ni pancartas de apoyo. Sólo saber que estás (que estáis) al otro lado. Sin eso, pierdo bastante. Por cierto, ¿sabes qué suena ahora mismo en mi mp4? Queen. No te asombres... this is ourselves... under pressure.