Érase una vez (o érase que se era) una joven estudiante de medicina que se levanta a las ocho de la mañana el último día de exámenes de febrero. Víctima de una taquicardia, consigue ponerse en pie, se concede unos minutos para ser humana, guarda algunos apuntes en una mochila (por eso del "último repaso") y se marcha caminito de la parada de autobús (l'ârrete la plus proche) pensando que carece de posibilidades. Va a ser torturada con dos exámenes seguidos: uno de diez a doce horas de la mañana y otro de doce a dos de la mañana-tarde. Le preocupa, desde que supo esa fatídica tortura, no tener tiempo a salir de uno y meterse en otro. En fin. La joven, que ha sido incapaz de ocultar la sombra púrpura de las ojeras bajo capas y capas de maquillaje, se sube al autobús pensando, primero, que tiene muy mala cara y, segundo, que ha gastado más energía en preparar el primero que el segundo y que seguramente ha de pifiarla en alguno de ellos. Piensa que sería mejor pifiarla en el segundo. Saca algunos apuntes de respiratorio en el autobús, se pregunta: "¿para qué?" y los vuelve a guardar. Llega al edificio donde será sometida al primer examen y se encuentra a una compañera, valiente como ella, con la que intenta compartir agobio y dudas: "¿entrar o no entrar al examen?" Llega otra compañera, "entramos, ya que hemos venido, entramos". Y se acabó. La historia la escriben los valientes.
Y entran, en total, seis o siete compañeros valientes, incluyendo a la joven estudiante. Y escriben lo que saben, recuerdan, relacionan o inventan. Y el profesor (que acabará haciendo honor a su apellido, aunque ellos aún no lo saben) anuncia que si esperan a la salida, en diez minutos les dará las notas. Esperan, nerviosos. La joven estudiante se desahoga con la compañera que dijo decididamente "entramos", que intenta calmarla, porque está muy nerviosa y algo mareada, y la sienta en un banco. Se calma. Terminan los compañeros.
Se abre la puerta de la clase y aparece un profesor y dice: "Lo habéis hecho todos muy bien". ¿Cómo se llama la escena? "Habéis aprobado todos".
La joven estudiante no se lo puede creer: no la ha pifiado cuando estaba casi segura de que lo haría y ha cerrado el primer ciclo de su carrera. Entonces sufre un ataque de euforia y empieza a abrazar a todos sus compañeros, casi llorando, mientras grita: "Me alegro mucho por vosotros también, enhorabuena a todos". Los compañeros la miran encerrando en sus ojos un doble pensamiento: "qué chica tan rara-está totalmente ida y atacada de los nervios". La joven estudiante llama a casa e informa de la estupenda noticia; sus compañeras la llevan a la cafetería y desayunan.
Ahora las cosas han cambiado para la joven estudiante. Está en su nube y nada ni nadie puede hacerla bajar. Le da igual el siguiente examen, pero se dice a sí misma que hay que hacerlo lo mejor posible. Y se va, puntual, al edificio donde se va a ver sometida al segundo examen, montada en una nube que la empuja suavemente y la conduce como si en la alfombra voladora de Aladdin se hubiera subido.
Espera, hablando con los compañeros, a los profesores, que se retrasan. 5 minutos. 10 minutos. 15 minutos. Cabreo general. Etapa surrealista: "nos vamos", anuncia una voz determinante. "Firmaremos una hoja con nuestros nombres, iremos al vicedecano explicando que los profesores nos han olvidado y nos iremos". Con decisión. Y exigiendo un aprobado general.
La idea seduce a la joven estudiante. Sus compañeros están decididos y tras firmar todos, al vicedecano van.
Etapa súper-surrealista: el vicedecano llama a los profesores responsables, que alegan no haber sido avisados de que había examen y proponen (ya son la una y cuarto de la tarde, y llevan una hora y cuarto esperando) a los airados estudiantes examinarse a las dos de la tarde. Parecía haberse formado una resistencia, pero aceptan. Mientras esperan, la joven estudiante y sus compañeros médicos en potencia combaten la hipoglucemia con cocacolas, barritas de chocolate y galletas.
A las dos aparece un profesor responsable de la asignatura y la joven estudiante et al plantan cara y exigen una satisfacción, como si de un duelo se tratase. El profesor está un poquito cabreado y al final, tras una leve, tensa situación, la joven estudiante et al ceden y hacen el examen.
Fin de la tortura. La joven, inocente estudiante no había visto nunca nada igual. Que se olviden de uno mismo es doloroso, que lo hagan los profesores conduce a pensar que no eres nada.
Pero ya ha acabado, y está feliz. Porque ya ha superado lo que se había propuesto superar. Y por la tarde le da por limpiar la habitación con pino radiactivo (siempre lo hace, posiblemente para liberar estrés pasando el mocho, ha dejado la habitación como los chorros del oro) y se va al cine con una amiga. Tras ser avergonzada jugando al billar (la joven estudiante es tremendamente patosa e inútil en cualquier tipo de juego y/o/u deporte) se relaja traspasando la pantalla y dejándose llevar por la peli. Una de esas pelis de no pensar y reír (por lo menos a ella le hace mucha gracia): Mortadelo y Filemón: misión salvar la Tierra.
Vaya día más raro y más completito; en esta carrera me va a pasar de todo, es el último pensamiento de la joven estudiante, mientras escribe este post...
y me voy a dormir ahora mismo, esperando soñar con cosas bonitas y un tío bueno (o más de uno, si es posible, o con el Ángel de la Música, que no es otro que el Fantasma de la Ópera, con una de esas camisas blancas, que eso sí que será soñar con cosas bonitas...)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Ay! que me meo...yo no sé si echar de menos esa facvltad repintada de amarillo o alegrarme así elevado al infinito por haber escapao de sus garras jajajaja.
Por otro lado ENHORABUENAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!
Q tia, mírala en un momento como ha dao carpetazo a los demonios del ciclo uno. Ole ole ole :)
Qué guay!!!!
Enhorabuena, me alegro mucho, sabes que a mí también me pasó en septiembre lo de que no viniera el profesor, y estuvimos esperándole una hora y media,jajaja.
El domingo nos vemos, besitos.
Publicar un comentario